Ya
no la recuerdo. Recuerdo que la recordaba cuando sabía que la vería, cuando el
Mañana del Ayer garantizaba su presencia; la recordaba cuando las ansias
golpeaban ese pequeño nervio posicionado en el vientre que, conectado a los labios,
hace nacer esa curva llamada sonrisa. Además, si mis recuerdos no me fallan, la
recordaba cuando estaba conmigo, de esta manera relacionaba sus palabras o su
vestimenta con sus respectivas similares en ocasiones anteriores. Pero ya no la
recuerdo.
Entre el olvido y el recuerdo existe
un largo camino, igual de largo que el camino de mi casa a la farmacia. Entre
mi casa y la farmacia está el parque. En dicho parque es donde me siento a leer
y a observar cómo, llenos de una efervescente alegría, juegan los niños; a
veces leo poesía, a veces veo como se lanzan la pelota unos a otros, a veces
leo las escondidillas y a veces veo como juegan a la novela, es divertido,
realmente divertido. Reitero, el camino del olvido al recuerdo es bastante
similar al de mi casa a la farmacia, con un parque muy parecido y toda la cosa.
Ahora, ¿a dónde intento llegar con
todo esto? Es simple, sólo deseo e intento decir que ya no la recuerdo. Es
extraño, pero no imposible, le escribo a ella aunque ya no la recuerdo. En ocasiones,
muchas ocasiones, lo extraño es muy simple. Ya no la recuerdo pero todavía no
la olvido, nunca la he olvidado y tal vez nunca la olvide. Así pues, lo incito
a conjeturar sus propias conclusiones.
PD:
¡Qué lindo es el parque!