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  1. Ahora mismo, viene a mi memoria una historia muy peculiar sobre un niño y el poder de sus aspiraciones. El pequeño Populo, hijo de campesinos, más viejos por el cansancio que por el mismo paso del tiempo, nació en tiempos desastrosos, donde la lluvia en abundancia acababa con todos los sembradíos del pueblo; le pedían a Dios que lloviera, pero no tanto. Aun así, la llegada de Populo devolvió la alegría al gran corazón de sus padres, no sabían cómo es que iban a sobrevivir, pero estaban contentos del nacimiento de su hijo, con todo y las complicaciones.

    Apenas la madre de Populo estuvo en condiciones para salir de casa, armaron una gran fiesta de bienvenida; carecía de cualquier tipo de comida o bebida exótica, incluso me parece que varios de los invitados llevaron sus alimentos, pero todos celebraban, bailaban, cantaban e incluso gritaban. Todo era sol, y cuando la luna aparecía sólo esperaban el regreso de la luz.

    Un tiempo después, los padres de Populo decidieron que ya era hora que el pequeño hablara, así que comenzaron a enseñarle varias palabras típicas; se reían cuando repetía las maldiciones del padre y las tiernas palabras de la madre, todo era luz con ese escuincle. Poco a poco, Populo fue aprendiendo a comunicarse y así a exigir cosas y a llorar cuando no las obtenía; pocas veces pasaba esto último, ya que sus padres lo consentían demasiado.



    Un día cualquiera, aunque con más calor que los últimos que habían pasado, el pequeño vio un pájaro en su ventana, era hermoso y sus colores resaltaban por la luz de aquél día tan claro. Fue entonces cuando Populo se miró las manos, después dio un vistazo a su habitación y comenzó a pensar en su vida y en sus padres. Pensó en cómo la vida se gasta esperando que las cosas vengan por sí solas, pensó en su padre pidiéndole a Dios el progreso, pensó en su madre rogándole al mismo Dios que no les diera tanto para poder seguir humildes, pensó en todo el pueblo estancado por las noches esperando que el sol apareciera de nuevo para volver a sus labores. Entonces Populo, con la convicción amarrada a sus ojos y las esperanzas bien apretadas con ambos puños, decidió ir a ver más de cerca el pájaro que volaba sobre la ventana y hacía sombra, con la luz del sol, sobre su cara; se puso de pie con la pierna izquierda y, cuando estuvo a punto de dar el primer paso, cayó y resbaló por la ventana, azotó contra el suelo y murió en el instante. El pájaro salió volando a un lugar más seguro. Los padres de Populo habían olvidado decirle que al pobre le faltaba la pierna derecha.



  2. De entre los millones y millones de individuos que hoy pisan la tierra al igual que todos, hay una clase que, aunque es diminuta en comparación con los restantes, resulta mayoritariamente poseedora del terreno que compone nuestro hermoso planeta: La clase de los solitarios.

    Estos individuos resbalan, no caminan, por las calles. Regularmente se les verá con la mirada perdida, pero no se confundan, el solitario lleva por arma su mirada, y la utiliza como el veterano de guerra utiliza un fusil para defender su patria; el solitario es más patriota que los patriotas. Cuando uno los ve por ahí resbalando, puede notar que su comunicación corporal refleja dolor; al solitario regularmente le hace falta un pie (no siempre físico, aunque sí en algunos casos), un pie espiritual que obliga a los hombres normales caminar por las cuerdas flojas; el solitario no camina por cuerdas flojas, no puede, porque su vida es una cuerda floja.

     Hay que ser un solitario para reconocer al solitario. Hay personas que intentan acercarse a nuestra clase en cuestión, pero el ser humano – totalmente inconfundible con el solitario - no tiene las agallas del solitario para quedarse solo. Además, el ser humano camina, no resbala, únicamente por las calles que significan zonas aceptables dentro de su zona de confort, por eso van dejando surcos que delatan su trayectoria, haciéndolos más susceptibles a posibles amenazas, por ejemplo a los asaltantes. En cambio el solitario resbala, no camina, por las calles sin pensar nunca en aparentes zonas de confort; el solitario resbala, no camina, con la mirada abajo y no al frente como el ser humano, haciéndolo así invisible y, por lo tanto, fuera de cualquier amenaza; nunca en la historia han asaltado a un solitario.


    Paradójicamente, el solitario disfruta de manera impresionante de la compañía, pero precisamente eso es lo que repercute en su actividad social; es decir, el ser humano nunca ha disfrutado de la compañía, sino que odia la soledad, y no soporta que alguien ame la compañía. El solitario es un individuo ocupado, a pesar de no tener tareas por realizar; podríamos decir que el solitario es un excelente administrador del tiempo. Asimismo, el solitario suele caer frecuentemente en contradicciones, por lo que resulta fácil reconocerle: el solitario tiembla en demasía; al solitario se le quebranta la voz; al solitario le hieren las despedidas; el solitario ama las letras porque a menudo vienen de otros solitarios. Al solitario le gusta escribirle a los solitarios.



  3. Hace mucho tiempo existió un hombre al que le habían confiado el tesoro más codiciado del universo: La Verdad. ¿Quién entregaría a un hombre tal tesoro?, no lo sabemos, pero sí sabemos que Hombre la cuidó como si fuera lo único que le perteneciera, y realmente lo era, sólo la Verdad poseía. Por azares del destino - y leáse bien por azares del destino, porque así fue -, un día le robaron a Hombre su única pertenencia. Por todos lados se rumoreaba que alguien que habitaba su hogar podría ser el ladrón, pero él no quería culpables, sino una solución. Su consejero personal le recomendó contratar un detective que buscara la Verdad, pero Hombre, en su desesperación, contrató dos de ellos, muy distintos y aparentemente rivales: Filosofía y Poesía.

    El primero era conocido por su efectividad a la hora de realizar su trabajo, aunque sus métodos eran poco convencionales para el público, de hecho, llegaron a considerarlos como brutales. A Filosofía le gustaba buscar de día, entrevistaba muchas personas y era frío en su trato con ellas. 

    Por otro lado, Poesía era famoso, de día, por su buen trato con las personas, especialmente con las mujeres, y pocas veces había fallado en sus antiguos trabajos, aunque después del último, un fracaso enorme, se había retirado de cualquier investigación de crimen. A él le gustaba buscar de noche, así nadie le veía, se guiaba en la intuición y el espíritu.

    Ninguno se había enterado que trabajaban en la misma empresa, ni que lo hacían para el mismo Hombre. Uno de día y otro de noche. En cierta fecha Filosofía decidió por primera vez empezar su búsqueda, ya avanzada en ese momento, muy temprano. Poesía, haciendo lo propio, decidió terminar su jornada hasta muy tarde. Así fue como ocurrió lo inevitable: En la madrugada de la fecha mencionada, ambos detectives se encontraron, se miraron fijamente y conversaron por un largo rato. Con las pistas de uno y otro lograron conclusiones fantásticas, llegando al fin a encontrar la Verdad que tanto habían buscado. Hombre, al enterarse que sus empleados habían trabajado juntos, decidió conmemorar la fecha en que éstos le habían entregado su tesoro más preciado; a dicho día lo llamó "Cardialéctica".

    La Cardialéctica nace del arrebato y la mesura; de la pasión y la pasividad; del corazón y la mente. Cardialéctica es la vida. Es el equilibrio de dos mundos que se mezclan y, durante siglos, se han rechazado abiertamente: Cuerpo y Alma. Cardiálectica es el estrechón de manos entre Filosofía y Poesía. Es lo que tenemos frente nosotros; es lo que tenemos tras nosotros. La Cardialéctica eres tú; la Cardialéctica soy yo; la Cardialéctica somos todos.