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  1. Todos lloran | Cuento

    17 jun 2014


    Hoy estaba callada, más seria de lo normal. Cualquiera que viera sus ojos notaría un vacío más grande del acostumbrado. Estaba como pensativa. Parecía darse cuenta de lo mecánicos que se habían vuelto sus movimientos en los últimos años, pues los ejecutaba más despacio, interrogando con una boca seca a una conciencia sorda. Estaba vertiendo sobre una taza, su taza favorita, la misma cantidad de leche que la mañana anterior. Tomaba del mismo frasco de hacía años en la alacena las siete galletas que solía comerse todas las mañanas.

    —El humano que ideó comer leche con galletas fue un genio —dijo después de terminar, sólo que esta vez con más calma que en otras ocasiones. Hoy le pareció increíble la perfecta fusión entre cantidades de leche y de galletas; quien no piensa en lo no importante no puede darse cuenta de la importancia que ejerce sobre el universo—. Qué interesante.

    Aunque en verdad no le parecía tan interesante. Le sorprendió y hasta cierto punto le consideró digno de pensarse, pero apenas miró el reloj aquello se había esfumado. Era como si aquel reloj, el mismo reloj antiguo con números romanos, el mismo reloj que parecía estar en su casa desde el principio de los tiempos, le obligase a detener cualquier acción que realizara para poder dar paso a la siguiente. Si hubiera podido, quizás habría cerrado los ojos y acariciado su pelo. Poder, una palabra que le causaba escalofríos, la pensase en la connotación que la pensase. Quiso llorar, pero no pudo, no tenía tiempo. Pensó en que el uniforme del trabajo no le calmaba el frío, que le hacía tiritar sin remedio alguno. Ella preferiría irse en su piyama a trabajar, pero le estaba prohibido. Le dieron ganas de maldecir al que imaginó que sería un buen atuendo para el tipo de trabajo que ella realizaba, pero ya no maldecía porque no era ese su trabajo.

    Su trabajo comenzaba incluso antes de salir de casa, justo cuando sacaba de su cómoda una libreta con un montón de tareas realizadas y por realizar. Cada que se dirigía a la cómoda abría el cajón rápidamente, pero hoy se detuvo a mirar las baratijas que tenía sobre el mueble. Una fotografía en sepia de dos mujeres ancianas, un tintero y una pluma, un joyero con unos pendientes que ya no le gustaban, una botella de vino que le había regalado algún antiguo cliente, y un gran sombrero con plumas y flores que utilizaba en su empleo. Suspiró al pensar en el día que comenzó a trabajar ahí, y recordó cómo refutaba al no querer portar el ridículo sombrero que, una vez puesto, parecía incluso parte de su propio cuerpo. Las manos le sudaban. Tomó el sombrero y la libreta, los llevó a la mesa y se sentó para comenzar a revisar sus anotaciones, no sin antes quejarse del dolor en su columna.

    Después de terminar de revisar su libreta, y realizar algunas anotaciones sobre antiguas anotaciones, se llevó la mano a la frente. No por algún error en su agenda, sino porque había olvidado de nuevo planchar su arrugado vestido. No le hacía falta lavarlo, pues rara vez lo ensuciaba y casi nunca sudaba, por lo que ni con ojos ni nariz parecía sucio. Pero siempre se le olvida plancharlo, y eso sí que le molestaba bastante porque, a pesar de no amar su uniforme ni su trabajo, debía y quería dar una buena imagen. Justo como siempre lo había hecho. Pensó que eran sólo problemas de mujer, pero de una mujer ya de avanzada edad y con muchísimo camino todavía por recorrer. Dejó de quejarse por lo de siempre y se apuró a prepararlo todo. La rutina era algo que nunca le había molestado, porque no advertía que le acompañaba siempre; pero hoy que lo pensaba mejor, la rutina le daba muchísimo miedo. Mientras planchaba con gran apuro su vestido, le pareció que su vida estaba llena de un profundo vacío, más grande que el de sus ojos. Se vistió velozmente, tomó su bolso, no sin antes revisar que traía todo lo necesario y salió de su casa. Justo cuando cerró las dos puertas de su entrada, dijo:

    —¡Qué difícil es ser la Muerte! —y se puso a llorar, pues olvidó de nuevo sus llaves.




  2. “El impacto y el dolor de una pesadilla puede ser mucho mayor que el de un puñetazo. Asimismo a veces lo que duele no es tanto ese puñetazo como la emoción tras él.”

    Alfred Hitchcock, padre del thriller psicológico
    ¿Alguna vez has sentido que, mientras caminas solo por la calle, alguien te sigue? ¿Alguna vez has sentido esa sensación de ser observado, vigilado y hasta controlado? ¿Imaginas no poder moverte sin temor a que algo malo suceda? Éstas son sólo algunas de las características que invaden a los personajes en cualquier clase de thriller. El suspense es un género de literatura, cine, televisión y videojuegos que se caracteriza principalmente por llevar un ritmo rápido y una atmosfera de terror y excitación que harían estremecer hasta a los más valientes. Además, el suspense aunado al terror psicológico forma un género que, como lector, provoca un estado de angustia y nerviosismo que recorre todo el cuerpo. Bueno, pues, un hombre estadounidense nacido en los años 50, llamado John Katzenbach, es hoy por hoy uno de los referentes mundiales en el género del thriller psicológico, y su novela más aclamada, El Psicoanalista, es la respuesta al por qué este señor tiene la fama que tiene.


    Título: El Psicoanalista (2002)
    Autor: John Katzenbach
    Editorial: Ediciones B
    Páginas: 523

    Argumento.

    <<Feliz 53 cumpleaños, doctor. Bienvenido al primer día de su muerte.>>

    Así comienza el anónimo que recibe Frederick Starks, psicoanalista con una larga experiencia y una vida tranquila. Starks tendrá que emplear toda su astucia y rapidez para, en quince días, averiguar quién es el autor de esa amenazadora misiva que promete hacerle la existencia imposible. De no conseguir su objetivo, deberá elegir entre suicidarse o ser testigo de cómo, uno tras otro, sus familiares y conocidos mueren por obra de un asesino, un psicópata decidido a llevar hasta el fin su sed de venganza.
    (Extraído de la parte posterior del libro)

    Opinión.

    No sé si soy el único, pero siempre que veo el nombre de Katzenbach me viene a la mente Stephen King. Si bien King cuenta con más de 50 obras que son pilares en el género del terror contemporáneo, Katzenbach, con sus apenas 13 novelas, ya es un referente en lo que es su estilo; y ambos escritores son bestsellers del ambiente oscuro, del lado malvado de la literatura. Quizá sea un poco injusto comparar al uno con el otro, pero, bueno, ¿qué puedo hacer yo si mentalmente los relaciono casi todo el tiempo?


    El Psicoanalista nos narra el juego en el que Frederick Starks, o simplemente Ricky, se ve obligado a participar. Un juego no apto para simples niños. No, éste es un juego de vida o muerte. Un enigmático psicópata, que se hace llamar ‘Rumpelstiltskin’, es el creador de este juego, en el que el objetivo es simple: vengar a su madre muerta, a quien Ricky, en sus inicios como analista, no pudo ayudar y terminó suicidándose. Así es como comenzará la historia y, a lo largo de las quinientas y tantas páginas del libro, veremos a Ricky enfrascado en una carrera contra el reloj para salvar su propia vida. Como lo dice el argumento, lo único que Ricky debe hacer para salvarse es descubrir la identidad del antagonista. Suena fácil, ¿no?

    PUES NO. Rumpelstiltskin es un ser humano malvado, inteligente, controlador y sorprendentemente ágil. Conoce toda la vida de Ricky y, apenas comenzado el juego, le demuestra que no conoce límites y que está dispuesto a hacer lo que sea para que nuestro analista pierda. Cuenta con algunos secuaces, entre los que se destacan la hermosa Virgil y el recto Merlin, que se le aparecen a menudo a Ricky y le vuelven imposible la existencia. Pero poco a poco Ricky se va sumiendo en una profunda sensación de terror —¿y cómo no? —, que lo orilla a desconfiar de todo y de todos. Ya no sabe a dónde, a quién ni a qué acudir para pedir ayuda, porque apenas parece lograr un avance en su objetivo, le ocurre algo de lo que parece que no va a poder levantarse. Punto bueno: la trama y los giros que el autor ha logrado, que no nos permiten relajarnos ni nos dejan parar a tomar un respiro.

    John Katzenbach (EUA 1950)
    Después de terminado el libro, intento ponerme en los zapatos de Ricky, y sólo así me doy cuenta de que el autor lo posicionó en el ambiente adecuado: el del psicoanálisis. Sólo una persona con tal resistencia mental podría soportar las pautas del juego macabro en el que se desarrolla la obra. Sin embargo, no debemos engañarnos; no es secreto que, a menudo, quienes ayudan a otros son quienes tienen más problemas. Ricky es un hombre solitario, al que su familia y sus colegas de profesión han ido abandonando. Tiene que vivir eternamente con el recuerdo de su difunta esposa y con el peso en las espaldas de una vida llena de rutina, melancolía y una amarga soledad. Punto muy bueno: el telón y escenario que el autor eligió para su obra, convirtiendo un thriller poderoso en uno indestructible, con juegos mentales y de raciocinio. Al fin y al cabo, eso es lo que yo busco en un héroe que se enfrente a un villano tan poderoso: poder mental antes que físico.

     Para concluir.


    Una novela oscura, con escenarios tensos y de un suspenso inimaginable. Una obra donde el ritmo toma un protagonismo interesante, elevándola al grado máximo del thriller, y no permitiéndole caer de esa cima en ningún momento. Adentrándose en las páginas, uno puede apreciar la conmoción y desesperación de Ricky; uno puede comprender que el movimiento del reloj duela; uno puede sentir el miedo que un ente, al parecer omnipresente, omnipotente y omnisapiente, infringe, no sólo sobre el protagonista de la novela, sino también sobre el lector de la misma. Una novela que, a pesar de no ser un clásico, de tener 12 años de edad, se sigue reimprimiendo y se sigue vendiendo de manera maniaca. No sé los demás, pero yo no puedo esperar para que esta obra la lleven a la pantalla grande, ya que, si logran captar ese suspenso que John Katzenbach ha plasmado de manera escrita en un guion de cine, no tengo dudas de que nos hará saltar sin querer soltar el asiento. Terror psicológico, venganzas, giros en la trama, decepciones, fugaces alegrías, sorpresas, incendios, asesinatos, suicidios, pobreza, ruinas y sobre todo una poderosa esencia maligna es lo que podremos encontrar en esta obra.

    <<Pero oye, Juan, ¿podrías resumir toda esa porquería que acabas de decir? No creerás que vamos a leerlo todo, ¿verdad? Dinos qué nos vamos a encontrar en El Psicoanalista>>. Bueno, amigos, la respuesta está entre las páginas de la obra:

    “Tememos que nos maten. Pero es mucho peor que nos destruyan.”

  3. Mosquerío | Cuento

    13 may 2014

    Estaba muy contento de volver a casa. Había pasado un largo verano en el campamento y, sin duda, las ansias por respirar de nuevo el primer aire me invadían, me desbordaban. Decidí no avisar a nadie, quería sorprenderlos, pero la sorpresa actúa, en muchas ocasiones, como un espejo: te hace destinatario del mensaje que tú remitiste. Así es, terminé por sorprenderme al advertir que no había nadie en casa. Suponiendo que regresarían pronto, dejé mis maletas junto a la puerta y me recosté, bajo la sombra de un árbol, en el jardín.

    Una vez a nivel de pasto, pude notar que el viento soplaba fuertemente, tanto que despeinaba las margaritas que la tía Laura había regalado a mamá para que adornara la parte frontal de la fachada; después de todo, según la tía, las flores son sinónimo de belleza y, a su vez, la belleza es sinónimo de visitas. Desde luego el número de visitas no aumentó, pero sí el entusiasmo por recibirlas. Mientras tanto, aquí bajo la sombra de éste árbol, las hojas caían sobre mí, y mi pantalón, que al parecer deseaba escapar, se agitaba atado a mis piernas.

    Apenas cerré los ojos, un trozo de papel voló directamente a mi rostro, lo retiré rápidamente sin mirarlo,  ya sólo pude escuchar el bote de éste sobre el pavimento. Del bolsillo de mi camisa, saqué un pequeño caramelo enmelado, lo despojé de su envoltura y, aun con ésta en mi mano, miré el dulce por un momento. Uno debe analizar con igual prudencia tanto lo que entra como lo que sale de la boca; nunca nos dijeron si el pez que murió por lo boca, murió por lo que le salió, o por lo que le entró, o quizá ambos, no lo sabemos, y los tiempos no están para riesgos. Después del examen quise comer el caramelo, pero algo extraño atrajo de inmediato mi atención: una densa nube negra se acercaba a mí a gran velocidad. Me puse de pie y observé con atención la mancha extraña, y sólo hasta tenerla a pocos metros de distancia pude advertir con exactitud lo que era: una enorme aglomeración de moscas. Estuve a punto de correr, o manotear, o tirarme al suelo con tal de evitarlas, pero, por increíble que parezca, estas moscas se posaron a centímetros de la mano donde tenía el dulce; incluso moví el brazo, a modo de comprobación, de arriba hacia abajo, y el grupo de moscas seguía la trayectoria.

    Aquél mosquerío me pareció tan gracioso, que pasé un buen rato haciéndoles la misma jugarreta del brazo. De hecho, fue tal mi admiración, que dediqué un tiempo bastante extenso a contar las moscas, una por una, llegando a la colosal cantidad de un millón. ¡Un millón de pequeños insectos obedeciendo cada movimiento de mi brazo! Me resultó asombroso en el momento, pero nada aburre más al hombre que poseer lo que ha deseado, así que pronto terminé por fastidiarme y desear que la plaga se fuera. Entonces me llevé el dulce a la boca y las moscas comenzaron a producir un sonido muy extraño y a moverse impacientemente. Me puse algo nervioso y solté la envoltura del caramelo, que salió volando debido a la intensidad del viento, seguida por el millón de moscas. Una vez más, me vi sorprendido por la actitud de los bichos y decidí seguirlos.

    Iban todas juntas en una misma dirección, persiguiendo la envoltura, o tal vez el aroma que emanaba de la envoltura, no lo sé. El caso es que ellas seguían la envoltura y yo a ellas. Las calles habían estado vacías y no lo noté hasta que corría detrás del mosquerío. No había más ruido que el producido por mis zapatos y el de la envoltura flotando en el aire. A cada paso que avanzaba, continuar se hacía más difícil, ya que la ventisca aumentaba y aumentaba sin precedentes. De repente, sonidos extraños comenzaban a escucharse y, conforme más avanzaba, la ventisca y los sonidos aumentaban. No perdí de vista las moscas ni la envoltura, hasta que, al doblar una calle, el origen de la ventisca y los sonidos se revelaba ante mis ojos: un montón de gente mezclada y aplaudiendo producía la ventisca y un hombre en un micrófono el ruido. Para esta instancia ya había dejado de seguir a las moscas y paseaba entre las personas intentando descifrar lo que ocurría. No estaba seguro.

    Novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve habitantes de mi ciudad, reunidos, escuchando y alabando las propuestas que el hombre al micrófono dictaba: era época de elecciones. El hombre parecía indicarle a la comunidad lo que tenía que hacer, y la comunidad parecía responderle positivamente. No sé si era por su físico, o tal vez su aroma, pero la gente le obedecía. Finalmente mis dudas se resolvieron cuando, sin previo aviso, la envoltura de mi caramelo se estampó en mi rostro y la nube de moscas se detuvo junto a él. Empuñé la envoltura, miré al hombre del micrófono y casi pude escuchar lo que pensaba: ¡Un millón de pequeños insectos obedeciendo cada movimiento de mi brazo!



  4. “Soy una persona más bien discreta. A mí no me van los focos. Me cuadra más ir de acompañante. Como la col adobada, las patatas fritas o el segundo Wham.”


    Conocer diferentes géneros y estilos literarios es una constante en la mayoría de quienes tienen el hábito de la lectura. Pues no hay nada como leer una novela del siglo XVIII, e inmediatamente después una que se publicó en éste. Pero, no lo podemos negar, siempre habrá un estilo que nos encadene y nos obligue a continuar con él. En mi caso, esto ha sucedido con el escritor oriental más occidental de todos los tiempos: el japonés Haruki Murakami. Después de haber leído Tokio Blues. Norweigan Wood y El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, es imposible para mí no continuar leyendo su obra; y como mi novia también es fan del escritor, me prestó su edición de After Dark para que lo leyera. A continuación les voy a contar cómo es que me fue con mi tercera incursión en el surrealismo murakiano.

    Portada de edición Maxi TusQuets (2009)

    Título: After Dark (2004)
    Autor: Haruki Murakami
    Editorial: TusQuets
    Páginas: 248

    Argumento.

    Cerca de medianoche, Mari se toma un café en un restaurante. En una habitación, Eri se ha sumido en una dulce inconsciencia; el televisor cobra vida y empieza a distinguirse en la pantalla una imagen turbadora. Lo más inquietante: el televisor no está enchufado.

    Desde una distancia variable, como una cámara versátil, Murakami recorre escenarios habitados por personajes solitarios, reproduce encuentros accidentales que más parecen desencuentros y capta una amenazadora pero difusa sensación de peligro que todo lo impregna.
    (Extraído de la parte posterior del libro)

    Opinión.

    La historia de la novela comienza un día cualquiera de octubre, cuatro minutos antes de medianoche. El autor nos guía por un barrio de la ciudad, probablemente Tokio, y nos posiciona dentro de un local llamado Denny’s. De entre todas las personas que hay en la ciudad, escogemos observar a Mari: una joven que está leyendo en una mesa del lugar. Conforme la historia avanza, vamos conociendo a Mari, y van apareciendo personajes e historias alternas bastante interesantes; una prostituta china golpeada por un misterioso informático, por ejemplo.

    Simultáneamente, nos vemos dentro de la habitación de Eri, hermana de Mari. Y vamos descubriendo que
    Fanwork de Akaihane
    no sólo una sílaba separa a estas dos jóvenes hermanas. En la habitación, la televisión se enciende, y, dentro de ella, un enigmático hombre aparece y mira a la hermosa chica que está de este lado, con nosotros; no sabemos cómo puede ser posible, pero lo sabemos. La historia termina siete minutos antes de las siete de la mañana, revelándonos que, mientras nosotros dormimos, hay personas que pasan por las situaciones más intensas sin que nadie se entere ni un ápice.

    La obra está llena, en todo momento, de una esencia de peligro y de suspenso. Sabemos de sobra que, donde los reflejos en los espejos permanecen mirando al frente aun cuando la persona se ha ido, las cosas no van muy bien del todo. Si pudiera resumir la novela en una frase, diría: ¡Qué pequeño es el mundo, y qué grande es la soledad! Los personajes de After Dark, en su mayoría jóvenes, tienen esa esencia tan característica del autor; ese buscar y no encontrar, esa soledad y sentimientos que sólo podían ser puestos bajo el telón de la noche de una gran ciudad. Punto bueno: el suspenso de la historia, que te mantiene intrigado y con ganas de averiguar qué ocurre más tarde, conforme el reloj va avanzando.

    En esta ocasión, Murakami nos cuenta la historia desde una voz omnisciente o en tercera persona, que ya marca una diferencia en cuanto a las obras previas que leí de él, narradas en primera persona por el protagonista. El lector aquí es sólo “un punto de vista”, y observa las imágenes desde varios ángulos, logrando de esta manera un interesante híbrido entre literatura y guion de cine. Por la forma en la que se narra, los escenarios son más vívidos y los sonidos se hacen reales; cuando estamos situados en un bar, podemos escuchar el sonido de los vasos chocando, la música de la pieza, los pasos sobre el piso. Punto muy bueno: la interesante narración, que parece ser el guion de una película, describiendo los giros de cámara y manejándonos a su antojo.

    Para concluir.

    Esta es una novela corta, pero no por ello sin calidad. Muchos críticos han dicho que After Dark es mala en
    Haruki Murakami (Japón, 1949) 
    comparación con otras novelas de Haruki, pero yo creo que han intentado buscar cosas donde simplemente no las hay. ¿Conocen las novelas gráficas? Pues ésta es una de ellas, con la diferencia de que no tiene ninguna clase de ilustraciones; así de gráfico es el nivel de Murakami en esta obra. Una historia fuerte, con toques de romanticismo, de terror, de suspenso, de melancolía, etc. Todo el tiempo nos vemos bañados en esa atmósfera de riesgo, que no sabemos si viene de la gente, de la ciudad o de la noche. Murakami se ha puesto el listón muy alto con muchas de sus obras, y con esta historia demuestra que, a pesar de hacerlo quizá más simple, desborda la imaginación y entrega buenísimas historias. ¿Han leído mi cuento Realidades, publicado en este mismo blog? Pues, sin duda, el libro del que se habla en la historia podría ser After Dark; seguramente esos personajes estarían hablando de la obra.

    Además, creo que es justo darle el crédito a TusQuets y a la traductora, Lourdes Porta, por su excelente trabajo en cuanto a la edición del libro. TusQuets es una de mis editoriales predilectas. Y Lourdes tiene ese tacto y la esencia exacta para traducir del japonés al español.

    <<Pero oye, Juan, ¿podrías resumir toda esa porquería que acabas de decir? No creerás que vamos a leerlo todo, ¿verdad? Dinos qué nos vamos a encontrar en After Dark>>. Bueno, amigos, la respuesta está entre las páginas de la obra:


    “Reflexiona sobre la correlación entre la lógica y la acción. ¿De la lógica se deriva una determinada acción? ¿O es la lógica, en realidad, el resultado de ésta? […] La lógica y la acción funcionan de un modo sincrónico, sin fisuras. Al menos por ahora.”

  5. Hoy tengo ganas de escribirle una carta a Moisés, pero no lo encuentro. Y ya sé lo que me van a decir: “No, Juan, las cartas se escriben y luego se mandan a casa del destinatario”. Y ya sé lo que yo les voy a responder: “Pero si Moisés es mi gato, ¡y vive en mi casa!”. Por supuesto mi gato no sabe leer, no hay gato que sí sepa; hay quienes leen como gato, pero no un gato que lea. Pero ese Moisés sabe lo que hace, por eso le mando cartas. Después de todo, todos los escritores deberíamos hacer lo mismo: mandarles cartas a nuestros gatos y, si rasgan el papel, o si son capaces de comer encima de él, la carta no valía la pena. Ojo: por precaución, no se deben hacer copias del documento.

          Después de buscar lo suficiente a ese gato, sin ningún tipo de éxito, bajo a la calle para recoger el periódico. Desde luego yo no tengo contrato con los del periódico, pero Guillermo sí, y, como él es muy flojo, siempre me da tiempo de volverlo a enrollar y ponerlo frente a su puerta. En mañanas como ésta, cuando quiero leer el periódico, me dan asco las salsas o las sopas, pues siempre acabo manchando mis manos y lo que hay en ellas. Hoy sólo como un sándwich, sin mayonesa, por aquello de las manos. Recién me enteré que el gobierno está planeando nuevas estrategias para que el pueblo –como han decidido llamarnos a los que no somos el gobierno– no lance más comentarios negativos hacia quienes están en el poder. Al lado de esa noticia, una mujer rubia, con un vestido rojo muy corto, anuncia que los coches de cierta compañía están a treinta meses y con el veinte por ciento de descuento por la temporada. “Buena esa, gobierno”, digo, como si gobierno me escuchara. ¡Rayos! ¿Dónde dejé la liga?

           Hoy Guillermo parece sospechar del periódico, pues se escucha un ronquido muy fuerte cuando paso frente a su puerta. (Nota mental: investigar el precio del contrato para el periódico, o, ya de plano, taparme los oídos frente a la casa del vecino.) Hoy tengo la disposición suficiente para hacer tantas cosas, pero la pila de mi reloj casero se terminó; todo el día marca las siete con ocho minutos y, como las cortinas no están corridas, pienso que todavía es temprano. Pero afuera se oye la bocina de un carro, al parecer el VW que siempre busca a Martina a las doce del día. Martina una vez le dio de comer a Moisés, fue cuando le pregunté a un niño si tal ruta me llevaba a casa y me contestó que sí. Ya sabrán, los niños no siempre dicen la verdad. El reloj marca las siete y ocho, y yo pienso si todavía soy un niño. Me digo que no, pero dudo de mí.

           El café que preparé esta mañana, como a las siete con ocho minutos, estaba muy agrio. Por eso ni lo probé. Un día decidí seguir cada corazonada que tuviera, y así fue como me detuve justo antes de comprar las pilas del reloj, pues el vendedor, Macario, parecía una de esas criaturas que salen con los hombres que llevan traje negro. Un día dejaré la televisión frente a la casa de Guillermo. Sólo si encuentro la maldita liga. Entro a la bañera y me doy un buen baño, pues más tarde tendré una cita con Martina. Eso si mi corazonada sobre Moisés resulta efectiva. Hombre precavido vale por dos. “Dos por vale, precavido, hombre”, me dijo alguna vez el tipo que rompe los boletos a la entrada del cine. Aun me queda un vale. Debería cambiar los planes e invitar a Martina a ver una película.

          ¡Demonios, se está haciendo tarde! ¿Debo dejar mi pelo así o seguirlo peinando? No lo sé. Que el espejo decida. Me ha guiñado el ojo. ¡Oh, ahí estás, Moisés! Ahora debemos buscar la manera de meterte por la ventana de Martina. Estás muy pesado, gato. Creo que te escribiré una carta.



  6. "Tal vez fuese desesperanza. Turguéniev quizá lo llamaría desencanto. Dostoievski, tal vez infierno. Somerset Maugham tal vez lo llamase realidad. Pero lo llamaran como lo llamasen, eso era yo."

    Haruki Murakami (Japón, 1949)
    Hace tiempo me crucé con un blog en donde se mencionaban diez autores que nunca ganarán el Premio Nobel de Literatura. El top ten de escritores era encabezado, nada más y nada menos, por Haruki Murakami. Yo, un lector principalmente de clásicos, no conocía aquél nombre ni la fama que tenía; para mí era un completo desconocido. Entonces por curiosidad fui a buscarlo a Google. Por obvias razones (mismas que yo desconocía), el resultado principal en mi búsqueda fue Tokio Blues. Norwegian Wood. Y el título de ese, su más afamado libro, me bastó para ir a conseguirlo. La novela, bien que mal, me dejó un buen sabor de boca: es simple y, si se deja de lado la crítica que los literatos le han hecho, descubrimos que busca ser una historia con mucho potencial, más allá de las cabecitas huecas de los adolescentes promedio. Tiempo después, con el deseo de leer más del autor, me encontré con un título extenso y sorprendente: El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas. Interesante, ¿no? Busqué el libro en mi ciudad sin ningún tipo de éxito, hasta que mi novia, como la buena persona que es, me regaló el ejemplar. He de decir que es el mejor regalo que me han hecho, ¿por qué? Aquí mis impresiones:


    Portada de edición Maxi TusQuets (2009)
    Título: El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas (1985)
    Autor: Haruki Murakami
    Editorial: TusQuets

    Páginas: 617

    Argumento.

    Dos historias paralelas se desarrollan en escenarios de nombre evocador: una transcurre en el <<fin del mundo>>, una ciudad amurallada; la otra, en Tokio, <<país de las maravillas>>. En la primera, el protagonista se ve privado de su sombra, entre extraños habitantes y unicornios. En la segunda historia, el narrador es un informático cuyos servicios son requeridos por un inquietante científico que vive en la red de alcantarillado, poblada por tenebrosas criaturas carnívoras.
    (Extraído de la parte posterior del libro)

    Opinión.

    Hay que empezar por decir que Murakami tiene una capacidad lírica impresionante. Su estilo es suave, pero agresivo a la vez; simple, pero con sus dotes de intelectual; tranquilo, pero con la velocidad adecuada para no dejarte dormido. Lo que sale de la pluma de este señor, al menos en lo técnico, es de verdad impresionante. Puedes amar u odiar al japonés, pero seguro que indiferente no te dejará. Su narrativa es, en una sola palabra, hechizante.

    Ahora, partiendo de la base de la novela dividida en dos, comencemos. Por una parte, en El despiadado país de las maravillas el protagonista es un “calculador” de 35 años que trabaja para el Sistema. Los calculadores son personas que realizan procesos mentales de información utilizando el método Shuffling. El protagonista es contratado por un profesor chiflado y su nieta gorda, para realizar un cálculo en base a los estudios científicos que el primero desarrolla. El Sistema es la corporación gubernamental que controla toda la información, y se ve amenazada constantemente por la Factoría de los Semióticos, que son la competencia malvada.

    Bob Dylan encaja perfecto como BSO del libro
    Y por el otro lado, está El fin del mundo, donde nuestro protagonista es el “lector de viejos sueños” de la ciudad amurallada. A todos los inquilinos de esta ciudad, al entrar, les despojan de su sombra y, junto con ella, todos sus recuerdos. Por lo tanto, los ciudadanos son personas que sólo conocen su vida dentro de la ciudad, donde Unicornios que cambian de color durante las estaciones del año absorben sus egos y controlan sus vidas. Aquí las personas sólo tienen un trabajo estable, y el de nuestro protagonista es, como su nombre lo dice, leer los viejos sueños incluidos en los cráneos de unicornio que hay en la biblioteca.

    Ahora, seguro se preguntarán: <<¿Y qué relación tiene una historia con la otra?>> Es lo mismo que yo me preguntaba al comienzo del libro. Los capítulos están intercalados; es decir, uno del País de las maravillas y después uno de El fin del mundo, y las historias van moviéndose, una junto a la otra, en forma de zigzag, tanto que en ocasiones, justo después de encontrar un punto de conexión entre ambas, acabamos por decidir que en realidad están completamente aisladas entre sí. Sin embargo, como ya lo he dicho, la narrativa de Haruki hipnotiza y encanta, a tales grados que no quieres dejar de leerlo, quieres saber más sobre el mundo, o en este caso mundos, que el autor nos presenta. Eso fue lo que me enganchó rápidamente al libro, esa incertidumbre, de muy buen sabor, hacia querer saber qué pasará y qué carajo tiene que ver una cosa con la otra. Además, la primera historia está escrita en pasado y con un ritmo acelerado, de desesperación, aventura y suspenso; mientras que en la segunda, escrita en presente, el tono es más bien melancólico y poético, tranquilo y azul. Punto bueno: las tramas de la novela y el estilo del autor.

    Como ya lo he mencionado, sólo he leído dos obras de Murakami pero tengo una certeza sobre él, y quienes lo hayan leído no me dejarán mentir: quizá su punto más fuerte esté en los personajes. En mi opinión, la literatura clásica estaba enfocada hacia los lugares y las situaciones (con sus muchas excepciones, claro), mientras que la contemporánea hace más hincapié en los personajes. Pues estas personas creadas por el nipón tienen siempre un aire de soledad, de buscar algo que nunca encuentran ni saben qué es, de sardónicos y amargos; en fin, una delicia de personajes. Y esta obra no es la excepción, puesto que no sólo los protagonistas son buenos, sino también los personajes secundarios, llenos de carácter y de una fuerza, dignos de formar parte de la literatura de élite. Punto muy bueno: los personajes de Murakami.

    Para concluir.

    Creo que me he quedado corto con todo lo que quería decir. De verdad la obra me ha encantado, tanto que he llegado a considerarla como una de mis favoritas; además, sin duda, Haruki Murakami es mi autor contemporáneo favorito. Dentro de la novela pasaremos buenos y malos ratos, como debe ser. ¿Tendrán las historias alguna conexión entre sí? Sólo podremos averiguarlo adentrándonos al mundo que el autor nos ofrece. La novela nos muestra temáticas muy variadas y profundas; una de ellas, que me ha recordado un poco a Herman Hesse, la búsqueda del propio yo. Repleta de referencias musicales y literarias, como es la costumbre con el autor, es una novela excelente. Como recomendación diría que, si aún no has leído nada del autor, pensaras en comenzar con otra obra y después, ya dentro del mundo murakiano, le dieras una oportunidad a la que aquí intenté antojarte.

    <<Pero oye, Juan, ¿podrías resumir toda esa porquería que acabas de decir? No creerás que vamos a leerlo todo, ¿verdad? Dinos qué nos vamos a encontrar en El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas>>. Bueno, amigos, la respuesta está entre las páginas de la obra:

    “Aquí está todo, nada está aquí”.

  7. Realidades | Cuento

    27 mar 2014


    —La realidad es muy distinta en los sueños —le dije.
    —A ver, a ver. No puedes utilizar las palabras “realidad” y “sueños” como parte de la misma acepción —dijo. Y de muy mala gana, por cierto—. Yo diría que son, más bien, antónimos.
    —¿Recuerdas, por ejemplo, el día de tu graduación? Tú misma me dijiste que aquello había sido mejor en tus sueños. Te veías muy contenta cuando lo soñaste. Adoptaste esa realidad aunque haya sido sólo por unos momentos.
    —No estoy de acuerdo. Los sueños son sólo eso: sueños. Nada que ver con la realidad —y así, sin más, se cruzaba de brazos y decidía no responder hasta muy tarde.
    Era demasiado terca, por eso no me gustaba discrepar con ella. Siempre me había dicho que le encantaban los debates. No puedo imaginar que haya ganado alguna vez. O, quizá, su concepto de triunfo radicaba en molestarse y conseguir que su oponente se disculpara por haberla ofendido. Sí, eso debe ser, ella era especialista en esa clase de cosas. En realidad, era muy difícil lidiar con ella. Lo supe desde que acordamos vivir juntos. Si bien es cierto que había llegado para poner orden en el caos que tenía por departamento, ya más de un vecino me había comentado algo acerca de su mal carácter. En los últimos días habían estado evitándola, y, por consecuente, evitándome también.
    —Y ¿sobre qué trataba el libro, eh? —me preguntó, justo antes de nuestra discusión.
    —Bueno, tenía muchos puntos para analizar. Lo que me gustó mucho fue la manera en que se juntaban las realidades: la del mundo material con la del mundo espiritual, por así decirlo.
    —Realidad y ficción, ¿no? Suena más lógico de esa manera.
    —La lógica es cuadrada, no encaja ni con la forma del planeta —dije para mí mismo, aunque al parecer me escuchó, pues frunció el ceño—. Lo que quiero decir es que hay contexto inclusive en la ficción.
    —No seas tonto. ¿Cómo puedes decir semejante estupidez? Por eso aceptamos ambos conceptos como polos antípodas: para separar lo que vemos de lo que imaginamos.
    Era extraña. Extraña de verdad. Quizá podría pasar como una persona común y corriente, con esa templanza y su semblante serio, pero, una vez que la conocías, o vivías con ella, notabas lo grande de su peculiaridad. Ahora que lo pienso, eso fue lo que me sedujo de ella. En el saludo era como todos, en el abrazo era como nadie.
    Al terminar la película, en silencio a causa de la discusión, nos fuimos a la cama. Yo estaba preparado para dormir con la mirada fija a la pared, dándole la espalda, continuando con la costumbre post-pelea. Pero rápidamente, rompiendo con la tradición, ella acercó su cara a mi pecho y lo usó de almohada. Besé su frente y apagué la luz, pero el eco de nuestra disputa seguía moviéndose entre nosotros, al menos yo pude verlo. Después de un largo tiempo de meditación, habiendo decidido que en realidad no era yo el culpable, me dispuse a cerrar los ojos y dormir tranquilamente, con aquella mujer pegada al pecho, escuchando mi corazón tranquilo.
    —Despierta, tienes que ayudarme —murmuró cuando estaba por caer dormido. Apenas pude escuchar su voz, como si me hablara desde muy lejos—. Despiértate.
    —No, ya duérmete. Es muy tarde y tenemos que madrugar —dije, sin abrir los ojos ni cambiar mi posición. Me sentía cansado, y mis sentidos respondían lentamente.
    —¡Hablo en serio! ¡Ayúdame! ¡Creo que la realidad de mis sueños me atrapó!
    Su voz seguía sonando a un volumen muy bajo, aunque pude notar cierta desesperación en ella, como si me gritara desde un lugar alejado y despejado. Al escuchar aquellas últimas palabras, intenté cambiar mi posición, esbocé una sonrisa y sólo atiné a decirle que ella no creía en esas cosas, que se durmiera de una vez por todas. Pero, de repente, sentí un fuerte golpe en el pecho: era ella, propinándome tremendos cabezazos. Abrí precipitadamente los ojos y, un tanto irritado y molesto por su actitud, le dije:
    —¡Duérmete de una vez, es muy tarde para tus juegos!
    Pronto pude notar que no podía moverse excepto por la cabeza, que se quejaba desesperadamente, que me solicitaba ayuda y que pronunciaba mi nombre sin abrir la boca ni los ojos. Apenas la moví un poco, en medio de un desesperado aunque callado escándalo, le aparecieron unas profundas llagas en todo el rostro. Arranqué súbitamente las cobijas y pude observar que lo mismo le sucedía a su cuerpo entero. Subí encima de ella e intenté abrirle los párpados, pero ella seguía moviendo la cabeza y hablando con su lejana voz, con su voz del más allá. Totalmente confundido, asustado y nervioso, corrí a encender los focos de la habitación y, quizá a causa de la luz, su cuerpo comenzó a desintegrarse. Pequeñas partículas de carne se desprendían de su cuerpo a gran velocidad, similar a la ceniza que emana de un trozo de periódico chamuscado. Observé aquella escena con horror, sin saber qué hacer, deseando que todo fuera un sueño y producto de mi imaginación, deseando que sus palabras, su argumento sobre la realidad y la ficción, fuera verdadero. Preso de mi agonía y mi desesperación, me llevé las manos al rostro y, en cuanto cubrí mis ojos, su distante voz me dijo:

    —No te preocupes por nada. Tú tenías razón. Los sueños también son reales.




  8. Título: “La Sociedad Juliette” (The Juliette Society)
    Autor: Sasha Grey
    Género: Novela/Erótica

    “Porque el sexo no es un pasillo de un supermercado donde se pueden comprar las diferentes opciones y conocer el precio antes de hacer una elección.”

    ¿Cuántos de ustedes NO conocen a Sasha Grey? Resulta casi imposible navegar por redes sociales como Facebook o Twitter sin haber escuchado alguna vez de ella. Podríamos decir que es la ganadora a la mejor escena de sexo oral del 2008. O quizá que es la ganadora más joven a la mejor actriz pornográfica del año, en 2007. Bueno, para no hacerla tan larga (si se me permite la expresión), es la Julia Roberts, o la Jennifer Lawrence, o la Scarlett Johansson, o todas ellas juntas, de la industria del cine porno. Que dicho sea de paso, es casi igual de grande que la de Hollywood.

    Resulta que la mujer, Sasha Grey, después de 5 años de llenar Internet con sus “apasionadas” apariciones, decidió finalmente, en 2011, retirarse del mundo del porno. Una noticia que destrozó el corazón de muchos hombres, con lentes y botanas, frente a una computadora. A partir de ese momento, se dedicó de lleno a su multifacética y más bien seria carrera: modelo, actriz, Dj… Y, finalmente, en 2013, publicó su primer libro. Sí, ahora la reina de la industria pornográfica puede ser encontrada también en las librerías.

    ¿Y de qué más nos iba a hablar Sasha Grey en un libro? Exacto, acertaste: erotismo. La Sociedad Juliette (Grijalbo, 2013), es la historia de Catherine, una joven y sensual estudiante de cine que se ve controlada por la imponente fuerza de sus deseos y fantasías sexuales. Se supone que la historia va de una sociedad secreta, donde se involucran personas realmente poderosas, los amos del universo, con el fin de satisfacer sus más oscuros anhelos sexuales, al más puro estilo del Marqués de Sade. Digo, se supone. Porque, a decir verdad, la historia se centra en Catherine, su novio Jack, su mejor amiga Anna, y algunos personajes de papel esencial en la historia.

    Catherine nos va narrando cómo sus necesidades en cuanto al sexo y al placer van creciendo poco a poco, y cómo es que, en base a eso, se va formando una historia de realidad contra fantasía. Aunque ambos planos contienen muchas, quiero decir muchas, escenas sexuales. Así se cumple la primicia que desde un principio se menciona en la misma novela:

    “La trama está siempre al servicio del personaje.”

    Sencillo, ¿no lo crees? Realmente lo es. La historia parece no tener pies ni cabeza, o al menos eso pensaba yo al haber leído dieciocho de los veintidós capítulos de la novela. Lo que parecía ser una historia basada en una historia de Sade, resultó ser la adaptación a una mujer sencilla de la película Belle de jour”, del director Luis Buñuel. Así de simple, insisto.

    No es que yo sea fanático de la literatura erótica, realmente no lo soy. Pero tenía que comprar este libro, por dos simples razones: A) La autora de la novela: Sin duda todos queremos saber qué tiene que decir a modo de literatura la más grande actriz porno de la historia. Y B) El diseño del libro: La verdad es que esos colores y esa sencillez en la portada me atraparon en cuanto la vi en la estantería de mi librería preferida; además, a un muy buen precio. Me dije a mí mismo: ¿Por qué no?

    Y resultó ser un acierto. Si bien no es, ni de cerca, de las mejores novelas que he leído, debo decir que sí que es una historia entretenida, que te lleva a odiar a la idiota de Catherine por su evidente desequilibrio mental y carencia de personalidad. Además, está narrado de una forma exquisita, con pausas necesarias y un lenguaje bastante sencillo, como el que utilizas para hablar con tus amigos en la escuela o en la calle. Y en eso hay que darles su mérito a las traductoras del inglés al español, las señoras Ana Alcaina, Verónica Canales y Nuria Salinas, por su excelente trabajo en cuanto a composición e interpretación. Ha sido un libro muy sencillo de leer y con un ritmo que en lo personal me agrada. Vuelvo, no es un libro que me encanta, pero siento que es entretenido, para mí es un trabajo bien hecho. Y como prueba, un fragmento más:

    “Una parte de mí quería llegar hasta el final, pero no podía dejarme llevar así como así y me he asustado, como cuando te subes a una atracción de esas de infarto en un parque de diversiones y de repente te das cuenta de dónde estás y te entra el pánico, y la emoción se convierte en miedo.”

    Al final tú decides si entrar o no al mundo que la autora te propone. Lo que te espera con esta novela es mucha sensualidad, sexo y fantasías, además del maravilloso factor sorpresa, que al final ha hecho que, lo que pensé que sería el peor libro de la historia, por su deficiencia en cuanto al desenvolvimiento de la trama, haya sido un buen ejercicio y, quizá, maravilloso para algunas personas.

    <<Pero oye, Juan, ¿podrías resumir toda esa porquería que acabas de decir? No creerás que vamos a leerlo todo, ¿verdad? Dinos qué nos vamos a encontrar en La Sociedad Juliette>>. Bueno, amigos, la respuesta está entre las páginas de la obra:

    “El sexo es el garante del equilibrio.”

  9. Título: "La casa de los espíritus".
    Autor: Isabel Allende.
    Género: Novela/Realismo Mágico.

    Recuerdo que, hace algunos ayeres, siendo apenas un niño, eran frecuentes las ocasiones en que adoptaba el papel de fascinado oyente. Abuelos, vecinos, compañeros de escuela, entre otros, me adentraban poco a poco en el ilusorio mundo de la fantasía paranormal que tanto caracteriza al país, y que más tarde descubriría que también al continente entero. Sombras de aparecidos, objetos que se mueven solos, ruidos extraños, destinos plasmados en barajas y entre otras manifestaciones del Más Allá, nos rodean apenas nos instalamos en una sociedad basta en cultura y tradiciones de índole prehispánica.

    Es éste el mundo que sirve de telón a Isabel Allende en su primera novela, La casa de los espíritus (Sudamericana, 1982), para expresar sus más profundas ideas sobre temas tan relevantes como la familia, los lazos afectivos, el amor, los ideales, la política, la lucha entre clases sociales, la revolución y, por supuesto, lo extraordinario y sobrenatural que un continente tan rico como el nuestro tiene.

    A lo largo de los catorce capítulos que constituyen la obra, la escritora chilena nos instala en una peculiar familia a lo largo de cuatro de sus generaciones, cada una bien representada por sus cuatro mujeres protagonistas: la bella Rosa, la clarividente Clara, la hogareña Blanca y la intrépida Alba. Cada una desarrolla un papel esencial dentro de la historia, que se va formando mediante relatos y situaciones emblemáticas, a modo de rompecabezas, para completar los noventa años del hombre protagonista: Esteban Trueba, al que vemos crecer y pasar de ser un niño pobretón con los bolsillos rotos a convertirse en el Senador más importante, influyente y adinerado del país.

    Una historia fantástica, que nos va llevando por paisajes hermosos, por situaciones dramáticas y difíciles, que al final terminan desembocando en la persona de Clara Del Valle, la gran mujer que construye el mundo de lo sobrenatural y el amor en la gran casa de la esquina. Además, Isabel Allende tiene una delicadeza en su narrativa, con lo que logra que incluso las situaciones más arduas e insoportables para los personajes, resulten una delicia para uno como lector. Con personajes a veces fugaces, como aquél Juan Del Pedo, quien se trepó a un árbol haciendo uso de sus dotes acrobáticas y terminó avergonzado huyendo a una isla a causa del ruidoso gas que se le escapó en su intento de cortejo, o cómo olvidarnos del Poeta, quien con sus versos lanzó a una población explotada directo a la revolución, la novela es por demás entretenida y magnífica en toda su extensión.


    En Obras como La casa de los espíritus es donde los muertos platican con los vivos normalmente, las momias caminan y bailan entre los rincones de la casa, el futuro se ve plasmado en los movimientos de una mesa de tres patas, en fin, donde el Realismo Mágico, aquél género del que nuestro queridísimo Juan Rulfo estaría tan orgulloso, llega a un punto imprescindible para cualquier lector que ame estas transiciones de la imaginación humana y sepa de antemano que, así como lo vemos en el mundo todos los días, la realidad es invadida por la ficción.