De entre los millones y millones de individuos que
hoy pisan la tierra al igual que todos, hay una clase que, aunque es diminuta
en comparación con los restantes, resulta mayoritariamente poseedora del
terreno que compone nuestro hermoso planeta: La clase de los solitarios.
Estos individuos resbalan, no caminan, por las
calles. Regularmente se les verá con la mirada perdida, pero no se confundan,
el solitario lleva por arma su mirada, y la utiliza como el veterano de guerra
utiliza un fusil para defender su patria; el solitario es más patriota que los
patriotas. Cuando uno los ve por ahí resbalando, puede notar que su
comunicación corporal refleja dolor; al solitario regularmente le hace falta un
pie (no siempre físico, aunque sí en algunos casos), un pie espiritual que
obliga a los hombres normales caminar por las cuerdas flojas; el solitario no
camina por cuerdas flojas, no puede, porque su vida es una cuerda floja.
Hay que
ser un solitario para reconocer al solitario. Hay personas que intentan
acercarse a nuestra clase en cuestión, pero el ser humano – totalmente
inconfundible con el solitario - no tiene las agallas del solitario para
quedarse solo. Además, el ser humano camina, no resbala, únicamente por las
calles que significan zonas aceptables dentro de su zona de confort, por eso van dejando surcos que delatan su
trayectoria, haciéndolos más susceptibles a posibles amenazas, por ejemplo a
los asaltantes. En cambio el solitario resbala, no camina, por las calles sin pensar
nunca en aparentes zonas de confort;
el solitario resbala, no camina, con la mirada abajo y no al frente como el ser
humano, haciéndolo así invisible y, por lo tanto, fuera de cualquier amenaza;
nunca en la historia han asaltado a un solitario.
Paradójicamente, el solitario disfruta de
manera impresionante de la compañía, pero precisamente eso es lo que repercute
en su actividad social; es decir, el ser humano nunca ha disfrutado de la
compañía, sino que odia la soledad, y no soporta que alguien ame la compañía.
El solitario es un individuo ocupado, a pesar de no tener tareas por realizar;
podríamos decir que el solitario es un excelente
administrador del tiempo. Asimismo, el solitario suele caer frecuentemente
en contradicciones, por lo que resulta fácil reconocerle: el solitario tiembla
en demasía; al solitario se le quebranta la voz; al solitario le hieren las
despedidas; el solitario ama las letras porque a menudo vienen de otros
solitarios. Al solitario le gusta escribirle a los solitarios.
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